El “Síndrome postvacacional” no está reconocido como tal por entidades como la Organización Mundial de la Salud. Sin embargo cada vez que se acerca el final de las vacaciones, en todos los medios se habla sobre los síntomas con los que cursa.

En la jerga coloquial usamos el “diagnóstico” de “síndrome postvacacional” para referirnos a cómo nos encontramos (de mal) al dejar las vacaciones y volver al trabajo y retomar rutinas habituales menos cómodas, sintiéndonos cansados, torpes, “quemados”, incluso tristes, y necesitando un periodo de adaptación hasta retomar el ritmo previo.

En general, cuando las vacaciones se utilizan como descanso solemos dejarnos llevar por los excesos. Alteramos rutinas; por ejemplo, nos vamos a dormir y nos levantamos tarde o a otras horas que difieren con nuestro horario a lo largo del año, dormimos siestas maratonianas, comemos a deshoras, y abusamos de nuestro cuerpo, ingiriendo más cantidad de comida y menos saludable. Se tiende también a fumar más, y estar más sedentarios e inactivos.

Es comprensible por lo tanto que se nos haga costoso en apenas unas pocas horas pasar de conductas que nos demandan poco o ningún esfuerzo (como es permanecer en reposo) a otras que requieren atención, concentración, agilidad y esfuerzo físico y mental (como es madrugar, vestir y dar de desayunar a los niños, conducir hasta el colegio atendiendo al tráfico caótico, esforzarse en comprender si los cálculos de una gráfica están bien hechos, y no poder fumar cuando apetece, si no cuando se puede).

Frente a esto, si la vuelta al trabajo suele resultar especialmente costosa, puede ser de utilidad tener en cuenta las siguientes cuestiones:

  • Conservar el grueso de las rutinas o por lo menos no alterarlas de forma brusca y prolongada. A las personas que tienen problemas de sueño se les pauta acostarse y levantarse a las mismas horas todos los días, incluso en fines de semana. En las vacaciones apetece hacer excepciones, desde luego, aunque hay que tener en cuenta que dormir siestas de dos horas cada día de las vacaciones, deja de ser una “excepción” para ser la “norma”.
  • Hay gente que piensa que si no se harta a caprichos y excesos no disfrutará tanto de las vacaciones. Si somos capaces de alterar por unos días nuestros hábitos y no costarnos horrores ni experimentar malestar al volverlos a cambiar, no hay problema. A disfrutar. Pero si no es el caso, y es algo que nos afecta negativamente, tal vez sea mejor no ceder ante todas las tentaciones.
  • A la hora de enfrentarse al sentimiento negativo de volver al trabajo y estar “quemado” en el trabajo hay que tener en cuenta que este sentimiento suele estar relacionado con el hecho de pensar en todas las cosas negativas de la vuelta al trabajo: “¡Tener que aguantar otra vez las quejas de los clientes será horrible!”, “Me espera una montaña de papeleo costoso y odioso que me amargará durante semanas”, “El metro en hora punta es angustioso”. A los niños les ocurre algo parecido con retomar las clases. Por esto es interesante plantearse la siguiente pregunta: ¿Por qué unos niños están deseando volver a clase y otros se enfadan, lloran, y se resisten como si les llevaran al matadero? Es importante aclarar que no todas las personas reaccionamos ante estas adversidades de la misma forma. ¿Qué tienen en común quienes, dentro de lo malo, lo llevan algo mejor? Pues que suelen centrarse no tanto en una imagen global de todo lo negativo que anticipan (real o imaginado), si no en una serie de cuestiones más útiles:
    • Dar pequeños pasos. Romper una tarea costosa en pasos más pequeños y manejables. “¿Qué tengo que hacer aquí y ahora?” es la consigna, y así logramos que nuestra mente se centre en la actividad, que al haberla desglosado es más manejable, fácil, y menos abrumadora, y no tanto en repetir mensajes tipo: “Esto es horrible, no lo soporto; esto es horrible, no lo soporto, esto es horrible, no lo soporto…”. Las metas concretas y pequeñas tienen el efecto de ver cómo poco a poco se van sacando adelante tareas, y darse cuenta de que, muy probablemente, no han sido tan sumamente arduas y molestas (y si lo han sido, por lo menos se han hecho).
    • Buscar las cosas más agradables. A la pequeña Violeta de cuatro años (casi cinco) no le gusta nada madrugar, forzarse a desayunar sin ganas, e ir corriendo con prisas, pero está deseando volver a ver a sus amigos y compañeros de clase e impaciente por llegar al colegio. Ser capaces de centrarnos en esas pequeñas cosas positivas que tiene la vuelta a la rutina, tiene un efecto muy positivo en nuestro estado de ánimo general.
  • Para los primeros días, y siempre y cuando las características del puesto lo permitan, asumir tareas poco a poco, haciendo descansos muy breves (de 1 ó 2 minutos) y frecuentes (cada 30 minutos aproximadamente), e ir cada vez a más intensidad hasta alcanzar de nuevo al ritmo laboral en el que funcionamos óptimamente.