Hace unos días, cuando Simone Biles habló abiertamente de cómo se encontraba mentalmente para afrontar la competición, se abrió debate muy interesante sobre cómo la mente puede afectar al rendimiento deportivo.

La ansiedad y el estrés que sufren muchos deportistas cuando compiten hacen que tengan que aprender a manejar la frustración y consecuencias derivadas del alto nivel de la mano de un psicólogo o terapeuta que les ayude a desarrollar herramientas adecuadas para que su mente afronte los extremos a los que les lleva su cuerpo en competición. Ahí es donde entra en juego la psicología deportiva; a ayudar a nuestra mente a manejar los pensamientos, y el impacto de los mismos en las diferentes situaciones asociadas a cada deporte específico para ser capaz de disfrutar de la victoria, manejar la presión impuesta (e incluso autoexigida) y conseguir que la frustración en caso de derrota no ahogue al deportista en una marejada de pensamientos negativos.

Decía la medallista olímpica rumana, Nadia Comaneci que «cuantas más medallas tienes al regresar, más pesada es la mochila» y es que, en ocasiones, el nivel de autoexigencia y las aspiraciones que otros tienen sobre nuestros logros se convierten en una losa muy pesada para los deportistas pues, además de su duro entrenamiento, deben lidiar con la consecución del objetivo que persiguen con él, que no es otro que el de ganar.

En ocasiones, no se nos educa para perder. No se nos enseña que, por mucho que trabajemos, quizá no consigamos el objetivo para el que estamos esforzándonos. Y que perder está bien porque nos ayuda a querer un objetivo con más ganas, a trabajarlo con más ahínco y a valorar el trabajo del contrario que sí que lo ha conseguido. Nos enseña humildad y a manejar la frustración. Y eso está bien. Porque en la vida no todo serán victorias.

Djokovic fue duramente criticado por haber juzgado las palabras de Simone Biles, como si no supiera manejar la presión del alto deportista y, cuando perdió su opción de medalla, Nole se desesperó e incluso lanzó una raqueta a la grada. La desesperación de la derrota cuando no estás acostumbrada a ella también es un factor a tratar con un terapeuta. La psicología deportiva ayuda a que el deportista pueda manejar las diferentes situaciones a las que se puede enfrentar, no solo a perder; sino a saber valorar la derrota y afrontar con valentía la derrota.

Este aspecto es fácilmente extrapolable a la productividad laboral. ¿Somos igual de productivos en un trabajo donde somos felices a un trabajo donde no lo somos? Las emociones son también motor de nuestra manera de actuar y hay que saber leerlas, interpretarlas y conseguir manejar que no se conviertan en pensamientos de «todo» o «nada»; si no a saber identificarlas, interpretarlas y canalizarlas de manera que nos dejen un aprendizaje adaptativo.

Quien conoce la historia de Simone Biles sabe que su resiliencia y capacidad de manejo del estrés es admirable. Además de todos los éxitos que ya ha conseguido en el ámbito deportivo, ha logrado afrontar situaciones vitales altamente estresantes con un nivel de impacto en su funcionamiento psicológico aparentemente mínimo, lo cual denota una capacidad de adaptación muy por encima de la media. Exigir estar al 100% en todas las situaciones y competiciones denota no conocer el funcionamiento humano y, en particular, no conocer la gimnasia artística. Por supuesto que la psicología del deporte puede entrenarnos a afrontar las situaciones tan exigentes que nos impone la competición profesional, pero igual que en el ámbito de la salud física una buena preparación física no evita al 100% lesiones físicas, un adecuando entrenamiento en el manejo del estrés no garantiza un afrontamiento adaptativo del mismo en el 100% de las ocasiones. Y pretender lo contrario, es contribuir a esa exigencia externa irrealista que se impone a los deportistas de élite y que, en lugar de contribuir a su rendimiento óptimo, nos lleva a alimentar su estrés.