La situación vivida el domingo pasado en el Helmántico nos hace de nuevo sensibles a un tema tan delicado como la muerte súbita, para el que como hemos dicho muchas veces todavía la medicina actual no tiene una respuesta adecuada. Es cierto que estamos mejorando en los sistemas de prevención en el deporte y que estos hay que tratar de extrapolarlos a todos los ámbitos posibles de la sociedad. Pero muchos se preguntan después de un episodio de esta naturaleza por qué unos deportistas pueden volver a jugar y por el contrario otros tienen que abandonar la práctica deportiva. Esta es una pregunta de difícil respuesta, debido a la dificultad de cuantificar el grado de cada lesión. La sobrecarga impuesta al corazón es diferente para cada deporte, así como la intensidad del esfuerzo y, por supuesto, la gravedad de la cardiopatía. Los médicos nunca podemos asegurar totalmente en una cardiopatía congénita que la vuelta a la competición no esté exenta de riesgos. De ahí que el propio deportista sea el que asume el riesgo en la inmensa mayoría de los casos, con total conocimiento de causa.

Pero cuidado. El organismo es una máquina casi perfecta y tiene sus mecanismos de alerta, que son desoídos la gran mayoría de las veces por el deportista. El agotamiento, el cansancio y la disnea (dificultad al respirar por la intensidad del ejercicio) no son atendidos adecuadamente por el deportista, que piensa que son debidos al esfuerzo extenuante realizado. Así pues, aprendamos a conocer nuestro cuerpo y saber escuchar los signos de alerta ante el ejercicio de cierta intensidad, tanto a nivel profesional como aficionado.